Antiguamente el área que hoy ocupa la laguna era un
terreno con ligeras pendientes dedicado al cultivo de cereales,
tubérculos, contados árboles frutales y ornamentales. En la parte baja
de Canincunca existía un pequeño manantial que prodigaba vida a huertos y
jardines.
Durante la época colonial, sustituidos las huacas por
templos y capillas en buena parte del territorio nacional, un indígena
noble de Urcos llamado Ttitu Cusihuallpa, encargado de labrar una
pequeña fracción de tierra como recompensa por sus servicios a un
usurpador peninsular, se encontraba en plena actividad agreste un 25 de
marzo, día de la Anunciación de Nuestra Señora y Encarnación del Señor;
en abierto desafío a los cánones españoles impuestos en el Perú, se puso
a fustigar una yunta para remover la tierra y preparar el vientre de
los surcos que fecundarán la semilla, los bueyes reacios al trabajo en
un día sagrado respondieron: "Hoy no, mañana sí", sin embargo más pudo
la intransigencia del labrador, después de un breve recorrido sintió que
algo se desprendía del suelo, grande fue su sorpresa al ver que el agua
emergía a borbotones cada vez más crecientes, colmando toda la
microcuenca raudamente, sepultando a la vez, al osado agricultor y a los
bueyes inocentes.
Se dice que en las enigmáticas noches de luna llena se oye el mugido frenético de los bueyes, sembrando el pánico en los humildes moradores de las inmediaciones.
Se dice que en las enigmáticas noches de luna llena se oye el mugido frenético de los bueyes, sembrando el pánico en los humildes moradores de las inmediaciones.
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